jueves, 23 de julio de 2009

Soldados en Cuba


El silencio de las armas

Hace alrededor de medio siglo, el 19 de julio de 1964, los infantes de marina de EE.UU. destacados en la base militar de Guantánamo disparaban a las postas cubanas hiriendo de muerte a Ramón López Peña, un joven recluta de apenas 17 años de edad.

La vida en la zona era violenta, las tropas de ambos países se mantenían en constante estado de alerta, listos para enfrentar una agresión del enemigo, separados por una tierra de nadie erizada de minas colocadas para impedir un golpe sorpresivo.


Cualquiera hubiera dicho que la confrontación entre Cuba y EE.UU. comenzaría justamente por allí, donde sus dos ejércitos se miraban las caras las 24 horas del día, gruñendo y enseñándose amenazadoramente los dientes.


Sin embargo, no fue así. Por el contrario, los militares de ambos países lograron establecer una coexistencia pacífica primero, más tarde se tendió una comunicación telefónica directa entre los dos mandos y por último reuniones periódicas.


Recuerdo que hace unos años, cuando visitamos la zona, nos llevaron hasta la puerta misma de la Base. Entonces estuve parado en la tierra de nadie, dividida por una raya blanca pintada en el piso, el lugar donde se deberían llevar a cabo las conversaciones.


Pero para esa época ya las cosas habían avanzado tanto que ninguna de las dos partes estaba dispuesta a conversar bajo los rayos del sol tropical, así que habían decidido alternar las reuniones en las instalaciones cercanas de uno y otro ejercito.


La tranquilidad reinaba en el aire, en las torretas cubanas de vigilancia las muchachas-soldados tenían tiempo para pintarse las uñas y los labios de rojo carmín, mostrándonos a los visitantes que lo coqueto no quita lo valiente.


Los vehículos en que viajábamos se movían sin ningún tipo especial de seguridad, no usamos chalecos antibalas ni cascos. El helicóptero norteamericano que nos observaba y filmaba desde el aire no puso nerviosos a los militares cubanos.


Más tarde volví allí, fue cuando llegaban los primeros prisioneros de "la guerra contra el terrorismo" de Bush. Desde las montañas veíamos como -con permiso de La Habana- los aviones sobrevolaban territorio de Cuba para lograr un aterrizaje más seguro.


Paradójicamente, cuando se rompieron todos los contactos entre los dos gobiernos, los militares continuaron viéndose periódicamente y hablando de sus cosas, es decir, de cómo ganar confianza para evitar que se produzca una guerra por error.


Pero eso no se informa. Ni La Habana ni Washington tenían ningún interés en revelar estos contactos. Unas relaciones que no dejaron de crecer, llegando en la actualidad a establecer incluso un grado de colaboración contra catástrofes.


Será por todo eso que no me extraña que en estos días la prensa informe que los militares de ambos países estén realizando acciones conjuntas en la zona de la base militar, extinguiendo incendios ficticios, algo muy simbólico entre dos ejércitos enemigos.


Un helicóptero cubano fue autorizado a sobrevolar la base mientras que infantes de marina de EE.UU. se adentraban en territorio de Cuba para establecer un centro médico de emergencia contra catástrofes, según cuentan periodistas ubicados del lado estadounidense.
En realidad no hay nada nuevo en estas actividades, o quizás sí. Lo nuevo es que se informe al mundo sobre la maniobra conjunta, algo que se había mantenido en secreto por orden de la administración Bush, según explicaron militares de EE.UU.


Me pregunto por qué se prohibiría informar sobre los contactos entre las Fuerzas Armadas de los dos países. Yo que vivo en Cuba me siento mucho más tranquilo sabiendo que existe una vía para arreglar conversando los malos entendidos.


También estarán más tranquilos los padres de los soldados cubanos y estadounidenses destacados en la zona, porque mientras los hombres hablen y las armas callen, sus hijos no morirán ametrallados en una posta perdida entre las montañas.


Fuente:

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Categoría: Cartas desde Cuba
Fernando Ravsberg